El sonido de una moto se oía en la lejanía desde la ventana de un hospital, en cuya habitación se encontraba un anciano que apenas podía moverse, asistido por una serie de máquinas que lograban que su cuerpo se mantuviera con vida.
Aquel sonido le hizo recordar tiempos mejores, en los que conquistó importantes victorias y, entre ellas, el mejor trofeo de todos: su mujer, que ya no se encontraba con él y a la que echaba de menos desde hace siete largos años.
Ese recuerdo vívido, el del rostro de su mujer, lo pudo ver tan de cerca y tan nítido, que decidió que había llegado el momento de levantarse y acompañarla.
Así fue como el anciano dejó su cuerpo con una sonrisa en su rostro, como si la muerte le hubiera contado un chiste que sólo él pudiera entender.
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