Las cosas que nunca nos dijimos

28 de febrero de 2022

He estado cavilando por mucho rato cómo hacer esto o si es que siquiera debería hacerlo. Sobre todo después de haber decidido no volver a hablar de ti, al menos por un tiempo, hasta que ya no me dolieres tanto. Al fin y al cabo, hablar de ti no es lo mismo que hablar contigo, si nos metemos con las especificidades. El punto es que me han recordado por ahí que escribir es una buena forma de terapia, produce una catarsis, un desahogo. Y yo hace tiempo que no escribo, aunque cuando te conocí sí que lo hacía y vaya que me ayudaba; ahora he perdido la costumbre. Tampoco quiero establecer un nuevo hábito en el que me ponga a redactar párrafos y párrafos en los que, con mucha minucia, te relate día a día las novedades de mi miserable vida; lo único que quiero lograr con esto es escribir cuando me salga desde las entrañas, y dirigírtelo a ti, que sé que no lo leerás. ¿O sí?


Considerando la idea que se ha venido fraguando por algunos días ya, lo más probable es que esto vaya a estar en línea para que toda la gente allá afuera —o, más bien, aquí dentro de la red— pueda escudriñar entre los retazos de mi mente. Por lo tanto, he de hacerlo lo más impersonal posible, tanto que, incluso aunque tú lo llegares a leer, no recogerías mi alusión. ¿O sí?


Por lo tanto, creo que he de establecer ciertas reglas, y, conociéndote, ya te estarás partiendo el culo por tan abigarrado estilo que cargan mis palabras, pero que tan bien conoces. ¿No me estaré delatando tan pronto?


De buenas a primeras, por más que guarde en mi más profundo anhelo la esperanza de que leyeres estas palabras, voy a hacer como si jamás hubiese llegado a contemplar tal escenario. En lo que concierne a este texto, tú jamás lo leerás, y me convenceré de ello pues, de otra forma, nunca podría sentir el alivio estéril de una sangría decimonónica.


También debe quedar claro que este intercambio de ideas será sólo entre tú y yo, después de todo, pienso bombardear el vacío con las conversaciones que no tuvimos tiempo de desenrollar; así que, cuando llegare a mencionar a otras personas, únicamente utilizaré iniciales, y nadie más que yo sabrá si son las iniciales de sus nombres o de alguna palabra que asocie con aquellas personas. ¿Buena técnica, no?


La anonimidad es lo más importante. Así que voy a procurar no dar indicios de quién soy, dónde estoy o a qué me dedico. No te preocupes, tampoco voy a decir datos tuyos, y si digo algo, lo más seguro es que me lo invente o lo cambie por completo. Y eso me incita a preguntarme si es que sólo tú sabrás quién eres, o si lo desdibujaré a tal punto que seas incapaz de reconocerte entre líneas.


De momento no se me ocurre alguna otra norma, y mira que ya tenía pensadas unas cuantas, pero supongo que saldrán sobre la marcha. Así que, cuando las hubiere enunciado, fingiremos que ya desde un inicio las tenía definidas, ¿te parece?



Si es que hasta yo me río de lo ridículo que suena el futuro del subjuntivo. Pero es un tiempo que me fascina y siempre me he preguntado cómo se vería si lo rescatásemos y lo usásemos con regularidad. Y me he propuesto a hacerlo dentro de estos textos.


Mis primeras ideas fueron escribir un diario, o incluso cartas, pero siempre todo dirigido a ti. Sin embargo, colgarlo en Internet me resulta un poco más audaz, pues siempre está el factor “¿y si…?”: “¿Y si logra alcanzarte? ¿Y si lo lees? ¿Y si nos reconoces? ¿Y si después de todo me contactas?”. Pero no creo que llegue a ningún sitio ni es mi intención hacerlo. Lo recalco tanto para convencerme, aunque lo que más deseo es que lo leas. Si no, ¿cuál es el punto de destinártelo?


Como siempre, acabo divagando y cayendo en redundancias, no creas que no soy consciente de ello. Lo más sensato será terminar, puesto que, por hoy, sólo quería instaurar las pautas para cada texto. Así que lo dejaremos aquí. Ya otro día te hablaré de una cosa que nunca nos dijimos.