La entrada anterior la escribí justo hace un mes, y antes también tardé un mes. No sé si será cosa de escribirte una vez cada treinta días o así, pero bueno, ya he dicho que sería conforme me viniera en gana. No es que abril haya sido precisamente un mes fácil, sobre todo por todo lo que conlleva.
Hace unos días me quedé pensando precisamente en que en marzo fue el aniversario de aquella vez en la que tuvimos sexo, cuando me propusiste intentarlo para ver si se fortalecía nuestra amistad, pero luego terminaste por confesar que sólo lo hiciste para ver si tenías sentimientos románticos por mí. Qué ingenuidad la tuya al pensar que el amor romántico está intrínsecamente ligado al sexo. Supongo que es lo que la sociedad nos enseña, pero sólo basta pensarlo un poco para darse cuenta de que no es así.
En fin, tanto por el recuerdo de aquella tarde de marzo como por la dosis de ansiedad que trae abril con sus cielos rojos aparentemente inocentes pero que cargan con la insidiosa primavera en forma de tormenta, terminé recordando aquella otra vez, años después del sexo, en la que volvimos a tocar el tema. Tú te referiste al asunto como un mero intento. Recuerdo tus palabras “cuando intentamos pero no pudimos”. Y yo únicamente callé, de la impresión no supe articular palabra, y dejé morir mi réplica.
Bueno, pues ahora me vas a leer. Una cosa que nunca te dije es que sí que tuvimos sexo. Aunque no haya habido orgasmo, nuestros genitales estuvieron implicados, nuestras bocas, nuestras manos, la totalidad de nuestros cuerpos. Que vale, entiendo que no hayas logrado al éxtasis porque estabas medicándote con antidepresivos, lo comprendo, y yo tenía mucho miedo por si llegaban tus familiares en algún momento. Sin embargo, aquello no implica que sólo lo hayamos intentado, no fue un simple intento. Tuvimos sexo.
No he podido superar esas palabras que soltaste. Para mí no fue un intento, no fue algo que no terminamos. En el momento en que tocamos nuestras partes íntimas ya se había consumado el acto.
Deseo que me pudieres leer en verdad, que yo pudiere decirte esto a la cara, con todas sus letras. Pero nuestra oportunidad ya pasó.
Alguna vez, en las tantas en las que me describiste cómo era el sexo con tu pareja, años después de nuestra fornicación, me puse a pensar en qué había hecho yo mal para que no tuvieras ese brillo en los ojos cuando hablabas de esa otra persona. Y ahora inquiero si de verdad soy yo quien hizo algo mal o tuvo la culpa de que las cosas no salieran del todo bien, y no me lo parece así. Al menos yo no tuve completamente la culpa, ni tú tampoco. Como todo en la vida, las situaciones son más complicadas de lo que se pueden describir con las palabras.
Hicimos lo mejor que pudimos en el momento, yo te amaba, tú a mí no. Nos faltó comunicarnos, no nos dijimos qué nos gustaba, qué queríamos hacer, intentamos probarlo todo en tan poco tiempo, cuando debimos haber dividido nuestras acciones en otras tantas ocasiones.
Y creo que ese fue nuestro error garrafal: no comunicarnos. Quizá si nos hubiésemos dado el tiempo de descubrir poco a poco y mutuamente lo que nos sentaba mejor, incluso habríamos tenido más de una sesión de sexo. Me habría gustado mucho haberlo hecho más de una ocasión contigo. Pero es algo que ya no se podrá.
Yo sé que tú has tenido sexo después de mí. Y me pregunto mucho si me consideras tu primera vez. Sé que lo soy, pero no sé si me consideras así, me habría gustado preguntártelo. Por mi parte, sabes que tuve sexo antes de ti, pero que te considero mi primera vez, porque fuimos torpes, no teníamos experiencia, nos sentíamos vulnerables. Lo que no sabes es que no he vuelto a hacer el acto después de haberlo hecho contigo. No es cosa de libido, he tenido ganas de hacerlo, pero no es algo que necesite imperiosamente. Lo que no tengo es la iniciativa. Aunque quiera follar y tenga ganas, tampoco pasa nada si no lo hago, y para eso, mejor no hacerlo.
No sé cómo terminar esta entrada. La verdad es que no creí que iba a llegar tan lejos. No obstante, no quiero irme sin decirte otra cosa que callé: que los besos que me diste fueron extremadamente salvajes. No es que esperara que fueran besos tiernos, esperaba pasión, pero no un ataque hacia mis labios. Con todo, al final nos besamos, y me reconforta saberlo.
A pesar de todo lo que implicó, no me arrepiento de haber follado contigo. Al menos yo sí pasé un buen rato, con miedo, fragilidad y desasosiego, pero un buen rato al fin y al cabo. Sé que para ti no fue así, pero espero que al menos algún día llegares a recordarlo con una sincera sonrisa, como yo.
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