Hay títulos que sugieren y títulos que entran directos al combate. Los cárteles no existen (Malpaso, 2018) es de los segundos. El último ensayo del juarense Oswaldo Zavala es una declaración de guerra a los discursos oficiales sobre el crimen organizado en México. La idea central es que la “guerra contra las drogas” declarada por el presidente Felipe Calderón (2006-2012) es un intento del poder federal para recuperar el control de las economías clandestinas del país y los cárteles todopoderosos son la narrativa que legitima esa guerra. De fondo, retomando otras investigaciones, Zavala señala al capital transnacional y en particular al sector de la energía y las mineras como principales beneficiarios del clima de violencia en el país.
El ensayo también es una crítica: al periodismo, la literatura y las series de televisión que transmiten esa idea. Y una búsqueda: la de otras narrativas posibles sobre los regímenes de gobierno de la violencia y la criminalidad, que a veces llegan por accidente, desde Roberto Bolaño hasta Narcos.
Periodista curtido en su Ciudad Juárez natal y ahora profesor de literatura latinoamericana en la City University de Nueva York, Zavala desgrana su visión sobre la violencia, la cultura y el narcotráfico en una cafetería de la capital mexicana.
¿De qué hablamos cuando decimos que los cárteles no existen? Hay dos preocupaciones en el libro: una es la cuestión del discurso, cómo hablamos de eso y la narrativa que se construye alrededor del cártel y de todo el aparato securitario. En el primer nivel al que me refiero con Los cárteles no existen tiene que ver con eso: de lo que hablamos cuando hablamos de narcos y de cárteles es una ficción estatal y ha sido construida muy cuidadosamente a lo largo de varias décadas en una relación de hegemonía y de sumisión que tenemos con Estados Unidos y su discurso securitario.
Son ellos los que empezaron a entender las ventajas de imaginar este enemigo, que permite que el aparato securitario estadounidense y el mexicano fluyan y entren en un acuerdo para activar determinadas cosas. Lo que sabemos sobre los narcos proviene más bien de instituciones oficiales y no tiene un fundamento real.
En el segundo nivel sí hablo de algo muy material: el hecho de que el narcotráfico en sí, como economía, tiene muy poca relación directa con el securitarismo. Claro que existen los narcotraficantes, nunca he dicho que no existan, y claro que la violencia es real. Pero los traficantes son agentes en lo social que no tienen el peso político, económico o cultural siquiera para determinar el sentido de lo que hace el Ejército, lo que hacen las policías y la política antidroga en general. Más bien se han convertido en una justificación para avanzar en esa política. La idea del cártel como dice el Estado que ocurre no es verificable. Cuando pensamos que la estamos verificando lo único que estamos haciendo es comprobar el discurso oficial. Por eso, de verdad no existe.
¿Cómo se explica entonces toda la violencia de los últimos años? Con dificultad, y eso es parte del problema. El Estado nos ha acostumbrado a explicaciones fáciles, que además cubren el total entramado de la violencia en México. Lo que ha hecho el sistema político es tratar de tranquilizarnos por medio de esas explicaciones de guerras de cárteles, haciéndonos pensar que vivimos un conflicto armado en el cual hay por lo menos dos bandos: el Ejército y las fuerzas del Estado y estos agentes no estatales que organizan violencia.
No hay una capacidad de respuesta del otro lado, nunca hay un cártel que de repente aparece y mata a soldados. Y las víctimas de este conflicto armado generalmente son gente pobre.
La violencia en México tiene una fecha de inicio muy específica, y antes de que empiece este incendio no tenemos esa presencia de los supuestos cárteles. Esta violencia coincide con la llegada del Ejército y la policía [federal] en todas estas zonas donde hay chingadazos [esa intervención se da desde diciembre de 2006 y continúa; en estos doce años se han desplegado decenas de miles de soldados en tareas de seguridad pública].
No hablamos de un conflicto armado porque eso supondría que habría al menos otro bando que responde. Cuando las fuerzas armadas actúan, es muy raro que incluso salgan heridos soldados, mucho menos muertos. No hay una capacidad de respuesta del otro lado, nunca hay un cártel que de repente aparece y mata a soldados. Y las víctimas de este conflicto armado generalmente son gente pobre, desempleada de las ciudades más vulnerables del país. Del lado de los jefes, lo que tienes es otra visión, del lado de los capos tienes estos hombres precarios y súper vulnerables al poder oficial una vez caen en su red. Como el Chapo.
¿Quiénes ejercen la violencia en México? En esta violencia hay un actor que es el fundamental, las fuerzas del Estado: el Ejército y Policía Federal, sobre todo. Y una multiplicidad de otros actores que generalmente son los que reciben la violencia: pandilleros, traficantes de poca monta, muchos policías estatales y gente inocente, desde luego.
Lo que tenemos que comprender es que el securitarismo funciona de ese modo: crea un caos y luego ofrece gasolina para apagar el incendio.
Habría primero que categorizar qué cosa decimos cuando decimos conflicto armado, porque esto no es una guerra civil, no son cinco bandos destruyendo Yugoslavia. Aquí no hay un Estado fallido, esa es otra de las ficciones que vende el propio sistema. Hay una enorme violencia y una enorme conflagración, y la respuesta del Estado es mandar más ejército, hacer crecer más el aparato securitario, el mismo que con su intervención desató la violencia.
Lo que tenemos que comprender es que el securitarismo funciona de ese modo: crea un caos y luego ofrece gasolina para apagar el incendio. Tenemos que hacernos a un lado y pensar con mucha calma cada uno de estos estados, y cada uno tiene una lógica diferente. En el caso de Tamaulipas [estado fronterizo con Estados Unidos, en el noreste] hay recursos naturales, hay una disputa verdadera por ese territorio, pero no es entre narcos. ¿Por qué a un narco le interesa el gas shale? Si al narco le interesa la reforma energética, si juega a política con el Estado, si favorece a las fuerzas del Estado, si favorece a los intereses empresariales de la zona, si trabaja para erradicar a los pobres… ¿Por qué seguimos llamándole narco a esa fuerza destructora? Hay que pensar con más calma qué es esto.
La violencia es muy claramente dirigida, no es caótica, México no está en llamas. Ciudades como Ciudad de México son respetadas. En Ciudad Juárez la clase alta vive con muchísima calma, nadie jamás los molesta. Tenemos una multiplicidad de escenarios y hay que entender la lógica política de cada uno. Eso es lo que más me preocupa, que el discurso securitario borra la cuestión política de la pregunta.
Tú señalas que muchas narrativas periodísticas, a pesar de ser críticas con el operar de algunos de sus agentes, legitiman la actuación del Estado en tanto que aceptan sus marcos discursivos. Eso se explica por varias razones: de entrada, hablar del narco ya es un problema, seguir discutiendo del narcotraficante como el centro de nuestro problema ya es un error. A partir de ahí, lo que hacen muchos periodistas es constatar la versión oficial. Ellos reportean —yo no digo que ellos voluntariamente son voceros del sistema, porque no lo son—, salen a la calle, hay un tiroteo, lo observan y la primera pregunta no es qué pasó, sino cuál cártel está atacando a cuál.
¿Entonces a quién se acercan para tener esa información? A los traficantes no, porque no se la van a dar. No se va a acercar al muerto porque ya está muerto y tampoco a los ejecutores porque ya se fueron. Entonces lo único que queda es buscar a la instancia oficial. Y la instancia oficial, en un país de casi perfecta impunidad, tiene una respuesta en menos de 24 horas. En 24 horas los policías gloriosos de la PGR [Procuraduría General de la República, Fiscalía] ya saben quién le tiró a quién.
Sin que exista una investigación previa. ¡Claro que no! El problema del periodismo en México es que se ha acercado demasiado íntimamente a la fuente oficial. Más complicado aún es que ya no están pensando libremente el fenómeno de la violencia, porque están partiendo del hecho de que ya hay una explicación previa que hay que someter a juicio.
Hablas de algunas series como Narcos, ¿qué suponen estas narrativas de espectacularización y mitificación del narcotráfico? Creo que estas series son productos culturales que van a expandirse porque ya hay una hegemonía y un consenso sobre esto. Narcos me parece muy interesante para ver cómo se cuenta a sí mismo el discurso securitario estadounidense.
Está este agente de la DEA [Steve Murphy, protagonista y narrador de las dos primeras temporadas] que nos está dando la narración sobre cómo ellos imaginaron la cuestión securitaria de una manera deshonesta y llena de agujeros. Ellos ven lo que quieren ver, y lo que ven es que hay una amenaza que no existe, pero que ellos ya interiorizaron y tienen que ir a pelearla. Antes de que ellos lleguen a Colombia no hay amenaza en Colombia. Los cárteles, que no existe esa palabra [entonces no se usaba en Colombia para hablar del narcotráfico], ellos lo traen con su turismo securitario. Los traficantes de Medellín estaban haciendo escuelas, moviendo droga y ya. El único objetivo de Pablo Escobar era hacerse diputado, legitimarse en la esfera política. No están peleando contra el Estado, no están disputándole el poder al presidente, más bien lo que quieren es convertirse en uno de los agentes políticos.
En el primer capítulo está un dron volando, escuchan una conversación entre dos traficantes, Steve Murphy recibe la información y se la pasa al militar encargado de cuestiones securitarias en Colombia, que ha sido creado en buena medida gracias a dinero estadounidense, y lo invita a que haga algo. Y ese hacer algo es ir a reventar a balazos ese lugar. Estamos hablando una amenaza de los narcos, pero los primeros que disparan son los militares invitados por los estadounidenses. Creo que la gran virtud de Narcos es mostrar esa relación de poder desnuda. Nos está mostrando cómo la hegemonía estadounidense militariza Colombia.
En el libro hablas del Chapo, que es el centro de esa mitología del narco en México. Hay dos imágenes paradigmáticas: la primera la de su huida de la cárcel por un túnel, que da la sensación de que el Estado es impotente, y luego le detienen sin que tenga prácticamente protección. ¿Cómo se explica el contraste entre esos dos momentos? Cuando nos exponemos a estas contradicciones de lo real, cuando aparece por ejemplo el Chapo vencido, o el Chapo en esta fantástica fuga, en vez de hacernos preguntas sobre esto muchos de los medios, analistas o el público en general de algún modo tiene que reconciliar lo que cree que sabe del narco y lo que ve. Entonces, si al Chapo lo agarra la Marina en su departamento, no hay nadie que lo proteja y la esposa se hinca para que no lo maten, es porque hay otra cosa. “No era el Chapo, era un doble”. “Eso dicen para humillarlo, pero eso no pasó…”.
El túnel igual: lo hizo solo, él es dueño del país, compró la prisión, compró la PGR y a [el presidente en funciones, Enrique] Peña Nieto. Cae la tercera vez y bueno, “esto es una forma de salir para salvar su vida, pero al mismo tiempo ya garantizó su salida”.
¿Cómo se explica esa fuga por el túnel? De muchas maneras. La gente más ingenua piensa que es el Chapo y su dinero comprando a medio Estado. La gente más crítica del sistema piensa que el Chapo compró a gente del sistema político mexicano y que convenció a gente del entorno de Peña Nieto para poder fugarse, porque tiene mucho dinero y sabe secretos. Cuando se escapa se dice que es porque le conviene manejar su imperio desde la cárcel en Brooklyn… Hay un problema de no querer ver la realidad.
Cuando lo entrevista Sean Penn, que a mí me parece fascinante ese momento, primero se tardan como ocho o cinco días en contestarle porque no hay traductores al inglés. Cuando por fin saben operar el teléfono, pues graban y está este señor con su gorra y un gallo detrás. Y dice “pues bueno, yo soy un traficante, si me matan van a seguir los traficantes por todos lados y si el Estado quiere pues me van a dar en la madre”. Entonces todo el mundo dice que está fingiendo su precariedad.
Claro que hay cierto margen de agencia en cómo se comportan estos traficantes, pero de ahí a suponer que pueden amenazar a un presidente, o que pueden controlar a la Policía Federal, o que pueden construir ese túnel para fugarse y que nadie los toque es absurdo. La construcción del túnel seguramente tuvo que ver con una intriga política dentro de la presidencia de Peña Nieto, porque su único fin fue desprestigiar la política securitaria de Peña Nieto.
En el caso del Chapo, hay demasiadas evidencias de la precariedad de este hombre y de su organización. ¿Ahora tú sabes cuál es la defensa de El Chapo? El argumento central de la defensa es que he is a middle man in the cartel. Un mando intermedio. Lo que dice el abogado defensor es: “desafío al gobierno estadounidense a que produzca una evidencia que demuestre que este hombre fue el jefe del cártel de Sinaloa”. Una evidencia seria: dinero, conexiones, casas…
Tú hablas mucho de Juárez, que además es tu ciudad, y que a menudo se equipara a un mal absoluto cuyos contornos se desdibujan. Y ahí sostienes que 2666 de Roberto Bolaño es una de las representaciones más logradas del narco. Creo que fuera de México ese libro se ha leído de muchas otras maneras. ¿Cuál es esa lectura de Bolaño? Yo hago una interpretación. Si tú te fijas en cómo Bolaño imagina la frontera, lo que hay sobre todo es un régimen local de poder, y yo creo que eso es lo que pasó esos años [finales de los 90 y primeros 2000, cuando Ciudad Juárez, Santa Teresa en la novela, se hace famosa por la alta concentración de feminicidios].
Las primeras matazones en Juárez no son de traficantes, ni de pandilleros. Los primeros asesinatos son mandos medios de la policía estatal y municipal, y eso lo puedes verificar. Es lo que ve Bolaño de una manera increíble.
Después de que el gobierno federal entra en esa lógica de neoliberalismo, aumenta el aparato securitario pero se abandona completamente la política nacional, se acaba la injerencia que tenía el gobierno federal por todas partes, los estados empiezan a crecer en una semiautonomía del gobierno federal. Entonces los gobernadores de estados como Chihuahua, Nuevo León, Coahuila, Michoacán o Veracruz se convierten casi en capos. Lo que ocurre con eso es una sedimentación de la pax mafiosa local.
Escribes que lo que hay a partir de 2006 es el intento del gobierno federal de reestablecer esa hegemonía. No todo, pero parte de lo que creo que explica las razones de la militarización después de Calderón es que él quiere retomar esta soberanía político-militar por encima de los gobernadores, sobre todo los gobernadores ajenos a su partido. Chihuahua [a donde pertenece Juárez] entre ellos, Chihuahua es priista [del PRI, mientras que Calderón pertenecía al PAN] en 2006 y lo que mueve al presidente Calderón es decir “aquí mando yo cabrón, no tú”.
Todos los reportes que yo escucho y que me interesan muestran cómo cuando llega el gobierno federal a combatir las principales víctimas de la primera embestida del gobierno federal son policías. Las primeras matazones en Juárez no son de traficantes, ni de pandilleros. Los primeros asesinatos son mandos medios de la policía estatal y municipal, y eso lo puedes verificar. Lo que hay es una tensión entre fuerza estatal y fuerza federal.
La reforma energética ha acompañado desde el principio a la guerra contra el narco. Desde que le empiezan a vender a Calderón la idea, ya está fraguándose la reforma energética.
Es lo que ve Bolaño de una manera increíble antes de que empiece esto; el libro es de 2004. La policía estatal y municipal controlan ahora toda la economía clandestina de Santa Teresa. El jefe de la policía y los empresarios locales han hecho una pax mafiosa donde los verdaderos asesinos son todos policías y de repente puede haber problemas entre grupos de poder, pero el narco ahí nunca aparece. El único narco identificado es el compadre de la policía, un empresario lechero que entre otras cosas mueve droga. Es un empresario local muy visible, muy querido.
El otro momento que a mí me encanta en la novela, que yo cito en mi libro, es cuando están estos músicos y no ves al narco, está de espaldas. Es un policía el que está pensando que es narco, pero nunca lo sabes. Nunca aparece el narco de camisa Versace y botas vaqueras.
Tú retomas las investigaciones de algunos periodistas y académicos como Federico Mastrogiovanni o Guadalupe Correa, que ponen en un lugar central los intereses de las transnacionales de la energía y la reforma energética, que abre la puerta a la inversión privada en los hidrocarburos. La reforma energética ha acompañado desde el principio a la guerra contra el narco. Desde que le empiezan a vender a Calderón la idea, ya está fraguándose la reforma energética. A la par que la administración Bush está hablando de estas cosas, las transnacionales ya tienen un enorme interés y están buscando la apertura.
Cuando empiezan los madrazos en 2008 cambia la presidencia de Estados Unidos. Y lo que es más fascinante de esta historia es que el presidente más progre es el que más cínicamente apoya la guerra contra el narco. Quien de una manera más sucia financia la matanza. Continúa la Iniciativa Mérida [plan de cooperación en seguridad entre Estados Unidos y México] y no hay una palabra del Ejército y los delitos de lesa humanidad. No se habla de la violación de Derechos Humanos. Por el contrario, Obama hace varias ruedas de prensa conjuntas donde dice que Calderón es un héroe, un hombre valiente y arriesgado.
Al mismo tiempo, su secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha construido una oficina para comenzar un aparato de todo el lobby político para la apertura energética. Hay cables filtrados donde se habla explícitamente de la reforma energética. Hay una militarización financiada por Estados Unidos, que está haciendo todo el trabajo político para abrir México y entrar con las transnacionales en las zonas donde está el Ejército.
Es un poco contraintuitivo pensar que extremar la violencia en ciertas zonas fomente una apertura empresarial. Se necesita el Ejército en esas zonas por muchas razones. Muchos de esos territorios son viejas comunidades ejidales [tierras con un régimen de propiedad común]. Para deshacer un ejido, habría un problema legal y constitucional extraordinario que viene desde la Revolución. Son años de litigación, imagina una comunidad ejidal donde hay gente trabajando y al mismo tiempo hay un enorme yacimiento de gas, como en el Valle de Juárez. ¿Qué ocurre? Llega una guerra contra el narco, cuelgas a cinco cabrones y desplazas completamente el ejido y por seguridad el Ejército toma el control. Una vez que el gobierno federal se apropia de estos territorios empiezan las licitaciones, empieza la exploración, empieza el fracking y empieza el extractivismo.
El Ejército garantiza seguridad, garantiza estabilidad territorial y sobre todo garantiza que no les pase nada a las multinacionales una vez que entran. Todas las transnacionales cuentan con seguridad oficial y privada, pero sobre todo cuentan con la garantía del Estado de que esos territorios no van a entrar en disputa. Y para eso necesitas un ejército de ocupación.
Oswaldo Zavala, autor de Los cárteles no existen.
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